Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor.
(Jn., 20, 19-31)
Atrancadas las
puertas. Miedo.
Amargo
sufrimiento en tu ausencia.
Tu pequeño rebaño,
Señor,
yace entre
rendijas de esperanza por verte en medio
como centro de
unidad,
como alegato contra
la asfixia del Gólgota
y la derrota
final.
El sepulcro
abierto te ha hecho artífice de paz.
Y aquel día
primero de la semana
traspasaste los
cerrojos de unas puertas
para que la luz
y la ilusión palparan
las huellas del
dolor injusto.
Paladín de la alegría,
de la gracia, de la libertad,
rehabilitaste la
audacia y el coraje,
de tus
discípulos
en el eco de tu
resurrección.
Fuiste eclosión
de alegría, de paz.
Paradójicamente,
paz,
paz en combate
contra el poder,
paz en lucha
contra el miedo,
paz en pugna
contra el egoísmo,
paz en conflicto
eterno contra toda injusticia.
Y tus discípulos
pudieron respirar hondo
adentrándose en
tus llagas, junto a Tomás.
Te reconocieron
en tu paz. Y se llenaron de alegría.
Ahora, tu
presencia resucitada es desafío
para cuantos
creemos en ti,
Porque tus
cicatrices se perpetúan en los excluidos,
en los
hambrientos y sedientos,
en los parados y
sin techo, en los maltratados,
en los niños
explotados…
¡Señor mío y Dios mío!
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