El papa
Francisco ha viajado a la isla de Lesbos (Grecia) para denunciar el drama de
los refugiados. Su cercanía
y solidaridad para con los miles de sirios, confinados en el centro de
detención de Moria, es la imagen del buen
Pastor de Nazaret en busca de las
ovejas, aunque no sean del mismo redil. Francisco no ha
dejado de clamar contra la “globalización de la indiferencia” que sufren
quienes, a causa de las guerras, la persecución o el hambre, tienen que dejar
sus países y buscar paz, refugio, trabajo y pan al otro lado del mar y las
alambradas…
Es
de esperar que su palabra y su testimonio no caigan en el vacío o no se
estrellen una vez más contra “la globalización de la indiferencia” que viene
denunciando desde su encuentro con los inmigrantes de Lampedusa, en Italia. Constantemente, el papa lucha contra la sordera y la ceguera de diplomáticos
y políticos y, lo que es más grave aún, eclesiásticos, que no parecen tener un
corazón humanitario. Los refugiados, ha dicho el papa, “están ahí, en las fronteras,
sufriendo a cielo abierto, sin comida, porque hay muchas puertas y
corazones cerrados". Oremos, pues, y trabajemos para que su palabra
no siga clamando en el desierto.
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