sábado, 1 de febrero de 2014

SIMEÓN Y ANA

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón….
Había una profetisa Ana…
(Lc. 2,22-40)


Simeón y Ana, piadosos judíos,
entrañables ancianos cargados de fe y sabiduría,
viven hermanados en la esperanza mesiánica,
hurgando en los caminos del Espíritu.

Aguardan el consuelo de Israel,
lejos de los afanes de la tierra.
Sus miradas clavadas en las alturas,
por encima de los muros santos, marcan
destellos de mística armonía.

En medio de la expectación,
con alegría contenida y ardor profético:
predican la espada
en el corazón de la Nazarena,
y, en el recién nacido, se posan la hostilidad judía
y la liberación de Israel.

La vuelta a Nazaret fue tiempo de asombro
andanza de pobreza,
y camino de silencio y misterio…

Quedan atrás los entrañables ancianos
y cumplida la Ley.
Ahora se escribe una lección para la historia,
en el umbral de una alianza nueva.


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