sábado, 9 de noviembre de 2013

SEÑOR DE LA VIDA


No es Dios de muertos, sino de vivos…
 (Lc.20, 27-38).


 

¿Cómo se  puede creer en la otra vida
cuando la incoherencia nos corroe
haciendo de nuestra tierra un infierno,
al tiempo que suplicamos el cielo prometido?    

¿Quién creerá en la resurrección que predicamos
cuando se nos ve nadando 
en el estanque de nuestros egoísmos? 

Anunciamos el  agua viva y  se nos ve sedientos
de otros charcos.
Hablamos del  pan de vida, y se nos ve desnutridos.
Defendemos la esperanza y se nos ve abatidos.
Anunciamos gozo pascual y se nos ve afligidos.
Hablamos de amor y hasta nos odiamos… 

¿Dónde está el Señor de la vida
como última palabra sobre la muerte?
¿Dónde,  la  fuente inagotable de vida,
si seguimos anclados en nuestros helados desiertos?  

Expande, Señor, tu perfume de vida
que anestesie nuestros sueños absurdos.
Que nuestras mentiras dejen paso a la verdad.
Que nuestros miedos dejen sitio a la esperanza.
Que en nuestras manos vacías germine la justicia.
Y la paz destruya  nuestras necias guerrillas.
 
Entonces,  los saduceos de nuestro tiempo
no podrán negar la vida
tras la frontera de nuestra  humana existencia.

 

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