miércoles, 14 de agosto de 2013

LA CREYENTE


Dichosa tú que has creído…
(Lc. 1, 39-56)
 

Engrandece mi alma al Señor
porque tú eres, María, la creyente,
tú, la discípula de Jesús de Nazaret, cristalina,
tú, la mujer fuerte en la callada alegría
y en el dolor callado. 

Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador
porque tú, María, eres la madre fiel
pegada a tu Hijo en su cruz
y eres lágrima derramada por tus niños
perseguidos, condenados
y ejecutados en la ignominia del odio, del hambre,
y en la indiferencia de tantos cristianos…
Y eres diáfana luz. 

Engrandece mi alma al Señor
porque en ti, María, brilla con todo su esplendor
la grandeza de tu pequeñez
contra los tronos y poderosos de nuestra tierra. 

Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador,
porque, desde tu silencio escondido, María,
captas como nadie la ternura del Padre,
y disfrutas, como nadie lo haría,
de la Buena Nueva del Siervo Redentor. 

Engrandece mi alma al Señor
porque la resurrección que en Jesús fue primicia un día,
en ti se ha hecho realidad viva en tu asunción con los humildes,
los pobres,
los últimos de siempre. 

Porque a tu lado, María,
nuestro mundo es más humano,
mi alma engrandece al Señor,
y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador.
 

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