sábado, 13 de julio de 2013

EL SAMARITANO


Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó…
(Lc. 10, 25-37)

 
He de esperar con paciencia
y en silencio,
que la Palabra de vida se haga en mí
y en mí florezca su misterio,
y crezca.  

He de  hacerme cargo
de la realidad  que me envuelve,
de la realidad  cercana, de la lejana;
de la realidad de Dios viviente
que actúa en mi hermano. 

He de mirar de frente y ver,
escuchar a quien no tiene voz;
entrar en las entrañas del mundo
y no volver
la mirada atrás, ni un segundo. 

He de sentir  las voces,
gritos o susurros,
de esta tierra llena
de dolores,
desconciertos, tinieblas y  muros
en sus venas.
 
Y en medio de mi historia,
como el samaritano,
sin vanagloria,
debo desangrarme por los demás,
que es semilla de cristiano.

 

 

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