domingo, 8 de enero de 2012

MAMÁ

A ti, mamá,
que estás en los cielos.
 



Se estrenaba un enero frío.
Los cristales de las ventanas lloraban,
cansadamente.
Lluvioso, infausto enero, luctuoso
en mi corazón de niño, también en mi mente.

Y te vi  partir increíblemente dilapidada.
Tu suerte se llamaba cáncer.
Mi suerte, lágrimas, lágrimas,
y lágrimas,
grito infantil fiero, cruel, impío.

Nos decías adiós cada día, prodigio de madre,
en tus dolores misteriosamente  escondida,
ufana de ver a tus niños unidos, 
aprendices de remo en la gabarra sufriente de padre,
timón en mano bien curtido.

(Una esperanza
hecha añicos. Un corazón de todos almidonado.
¡Desprestigio de una muerte inapelable, sin sentido!)

Y tú, estigma de rosas, sin claudicar,
pactabas gozo y paz, divinamente.

Han pasado decenas de años, tercos ellos,
enhebrando crucialmente sentido a la vida.
Y en mi  enero de hoy, nada gélido,
en mi corazón de niño septuagenario, también en mi mente,
trajinan retozos inesperadamente
esperanzados,
cual letradas travesuras de una fe rendida.
Hoy, nuevo enero, el sol brilla…

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