jueves, 22 de septiembre de 2011

Setenta veces siete

 
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  SETENTA VECES SIETE


No te digo siete veces,
sino setenta veces siete.
(Mt. 18, 21-35)
 
 
 
Padre,
Tu eres un Dios  que no entiendes de pesos ni medidas. 
Tu perdón no lo das tarificado. Es sin límites, infinito. 
La vieja Ley ha sido vencida para siempre 
en los brazos abiertos y sangrantes 
de tu Hijo, el crucificado.
Su perdón de las setenta veces siete
es el centro vital de la Buena Nueva 
proclamada sobre el monte de las felicidades.
Hoy me siento insolvente ante ese perdón predicado
sin límites,
               absoluto, infinito, 
                               sin reserva.
¿Seré capaz de reembolsarte 
todo el perdón que me has dado en la vida?
¿Seré capaz de hacer creíble el perdón recibido?
El perdón que quiero dar sé que verifica 
el amor que siento por ti,
pero qué difícil  resulta perdonar 
cuando la cercanía humana juega malas pasadas,
conductas de desencuentros, 
               de pequeñas crueldades, 
               de enfrentamientos, rencillas, recelos…
Sé que tu perdón tiene sólo una medida marco
que es el amor. Pero me cuesta mucho entenderlo, Padre.
También sé que la Eucaristía es una farsa
si antes no me he reconciliado con el hermano…
¡Lo sé, Padre!
Pero mi mochila está carga de contradicciones,
de evasivas, de excusas...
Quebranta, pues,  la estrechez de mi corazón, 
ensánchalo sin cesar hasta las dimensiones infinitas 
de tu horizonte proclamado. 
Porque aspiro a encontrarme contigo,
con tu abrazo de Padre bueno,
en los aledaños de todas tus felicidades.
Contágiame de tu perdón, 
para poder contagiar yo a mis hermanos,
¡como Jesús, tu Hijo, sólo Él, supo hacerlo!
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